lunes, 26 de septiembre de 2011
lunes, 19 de septiembre de 2011
Sobre la exposición
"AUTORRETRATO" de Florentino García Moreno, "Tinín"
Francisco de Asís Pérez
Hasta siempre MAESTRO.
Cesar Millán
NOTAS SOBRE LA EXPOSICIÓN
Francisco de Asís Pérez
EL PROYECTO: DESARROLLO Y PUESTA EN ESCENA
Hacía ya tiempo que rondaba por mi cabeza la idea de recuperar, arropar y dar a conocer públicamente la obra fotográfica nunca expuesta de FLORENTINO GARCÍA MORENO antes de ser entregada al Archivo Histórico Provincial de Soria en cumplimiento de sus últimas voluntades.
Para llevar a cabo este proyecto me puse en contacto con su familia que, sabedora de la gran amistad que nos profesamos durante más de una treintena de años compartiendo trabajo, charlas y aficiones , me facilitó gentilmente el legado y me encomendó su entrega, una vez realizada la exhibición, al mencionado Archivo.
El paso siguiente fue compartirlo con una lista de reconocidos FOTÓGRAFOS, ARTISTAS y ESCRITORES (casi todos: AMIGOS -con mayúsculas´-) para, UNIDOS, coordinar con el Departamento de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Soria una EXPOSICIÓN COLECTIVA que, amén de un interés plástico y temático, contara con el añadido emocional del REENCUENTRO.
Tras un visionado exhaustivo de los archivos y, ante la imposibilidad de llevar a cabo una síntesis que fuera representativa (la obra completa podría nutrir múltiples monografías), opté por la ASOCIACIÓN DE IMÁGENES (escogidas de las previamente significadas por él) que, LIBERADAS DEL PIÉ DE ORIGEN (fecha y lugar de la toma), proporcionaran una lectura distinta, de carácter mucho más universal y, sobre todo, mucho más próxima a una de las facetas con la que más me identifiqué de la poliédrica personalidad de Florentino: “La negativa tajante a renunciar a su sueño de libertad en un mundo más hermanado y justo y, por supuesto, exento de fronteras”.
EL POR QUÉ DEL TÍTULO:
“ESPACIOS Y TIEMPOS” – “Intercambio de cromos”
Al adentrarse en este juego escénico asociativo donde las imágenes más diversas transmiten proximidad y coherencia a pesar de la distancia (alternancia de paisajes, paisanajes, modus vivendi, creencias, actividades, etc.), donde las combinaciones imposibles del ayer y hoy se hermanan y dan una apariencia natural y nada chocante (fotos tomadas en India, China, Iberoamérica, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Austria, Rusia, Turquía, España, etc.), no resultó difícil dar con un nombre para la muestra que reflejara el espíritu de la misma: “ESPACIOS Y TIEMPOS”
Los diferentes espacios y tiempos rescatados de la obra de Florentino García Moreno para esta exposición comparten un nuevo espacio y tiempo común: el del PALACIO DE LA AUDIENCIA DE SORIA durante la celebración de la misma, con los que este puñado de FOTÓGRAFOS, ARTISTAS Y ESCRITORES anteriormente mencionados, (AMIGOS -con mayúsculas-), le dedican con generosidad y total libertad de factura para acercar su recuerdo y potenciar este REENCUENTRO. De ahí el título complementario de la misma: “INTERCAMBIO DE CROMOS”, ya que todos estos TRABAJOS DEDICADOS aportarán sin duda claves sobre la personalidad del autor que ayudarán al espectador a comprender mejor su obra y su compromiso.
OBRAS Y DISTRIBUCIÓN
La presente EXPOSICIÓN se compone de SETENTA OBRAS (fotografía y pintura): La mitad de ellas corresponden a FLORENTINO GARCÍA MORENO y ocupan la planta superior de la Sala A del Palacio de la Audiencia (excepto dos pequeños grupos que se ubicarán en el centro de la Sala B y en la zona baja de la Sala A). La otra mitad corresponde a los ARTISTAS - AMIGOS y queda distribuida alrededor (en las zonas libres de ambas Salas A y B), a modo de ABRAZO SIMBÓLICO en este REENCUENTRO.
ESTIMADO FLORENTINO
José María MARTÍNEZ LASECA
Me pide tu buen amigo Francisco de Asís que escriba unos pocos renglones sobre ti. Después de que tú ya te has ido para siempre y, por ello, ya no te encuentras aquí, entre nosotros. Y me parece que es como hacerte una fotografía. Un retrato, para ser más precisos. Aunque los retratos, según dicen, son siempre sicológicos. En “La cámara lúcida” nos advertía Roland Barthes lo siguiente: “Una imagen -mi imagen- va a nacer: ¿me parirán como un individuo antipático o como un “buen tipo? ¡Ah, si yo pudiese salir en el papel como en una tela clásica, dotado de un aire noble, pensativo, inteligente, etcétera!” Seguro que tú -tan lector como eras- reflexionarías al respecto, al sentirte enfocado por el objetivo de la cámara a punto de ser disparada por el fotógrafo de turno. Fotografiado sí, como el cazador cazado, ¿acaso para formar parte de una galería de retratos? Algo a lo que tú renunciarías de antemano, máxime dada tu modestia, que restaba importancia a las virtudes propias y a los logros para reconocer defectos y errores. También decía Barthes que la imagen estática es “una descripción literaria, es una vista”. Por eso, permíteme, amigo Florentino, que me agarre a las palabras para tratar de retratarte. Esas palabras que sirven para entendernos y para compartir y que, por desgracia, algunos sólo las utilizan las para ocultar su pensamiento.
El corrosivo olvido difumina tu figura y me enturbia tu rostro, que, cuando lo rescatan mis recuerdos, refleja verdad y eso se nota -¡vaya que sí se nota en toda tu franqueza!- transmitiendo credibilidad. Ese tu rostro, ya maduro de soles, como tallado en nogal, con los surcos que marca la gubia del esfuerzo y el afán de superación, puesto que pasara lo que pasara tú nunca te rendías, estaba en tu sangre. Porque tu idiosincrasia era de fragua autodidacta. Y tu testa nevada, cual Moncayo o Urbión en el invierno. Que cuando yo te conocí estabas en plenitud de vida. Con tu cuerpo bien plantado, entrenado en paseos, gozoso de tus reencuentros con la naturaleza virgen, que tanto disfrutabas por las márgenes del Duero, escuchando su música serena, bañándote en sus aguas por la zona del Peñón y del Pereginal.
Con la gran ilusión que da el poder hacer cosas diferentes a las de los trabajos y rutinas habituales de los días, te fuiste aficionando al arte de la fotografía -pionero de la Sociedad Fotográfica Alto Duero- para convertirte en un apasionado de la misma, lo que te sirvió también de coartada para viajar por todas partes -provincia, país, mundo- dando vuelta a la tierra. Prueba y constancia queda en el importante y generoso legado de tomas que has donado al Archivo Fotográfico Provincial de Soria.
Que ese sentimiento de tu mirada para capturar con tu Pentax lo que realmente estaba delante de tus ojos, te llevaría también a ser un hombre crítico y comprometido. Un rebelde con causa. Que no dudo que ahora, ante tanto falsario, sabedor de que el noble quehacer de la política se destruye por los mismos políticos sin ningún principio ético, tú te habrías sumado, decididamente, a los indignados del 15-M, puesto que te gustaría ver un verdadero despertar en la profundización democrática.
Líbrenos Dios del tiempo de las alabanzas. Pero si te plasmara, Florentino, de otro modo, estoy seguro que nadie te reconocería. Como cuando la piedra arrojada quiebra el espejo quieto del agua y desvanece así la imagen que en él estaba reflejada. Por eso yo resalto esa nobleza que personificaba tu figura y digo bien alto y claro, para que todos lo oigan y se enteren, que tú eras un buen tipo Flotentino. Y lo hago utilizando mi escritura literaria frente a esa otra escritura como es la imagen fija. A fin de cuentas, “la fotografía” comporta esa alucinación que provoca falsedad en el nivel de la percepción y verdad en el nivel del tiempo.
MAESTRO
Alejandro Plaza
Era una apacible tarde de otoño, a esa hora mágica en la que la luz del inminente crepúsculo va, poco a poco, eliminando detalles en el horizonte y éste se va concretando en una elemental línea de luz o sombra -según se mire-, en una familiar silueta.
Andaba yo, como tantas tardes, en ese relajado ejercicio de recorrer parsimoniosamente esa línea, cómodamente sentado en la terraza de mi casa, deslizando la vista por la ladera oeste del cerro del Castillo, siguiendo por el Sagrado Corazón, Palacio de los Condes de Gómara, Torre de Santo Domingo, Convento del Carmen, El Mirón, San Pedro, El Duero, Monte de las Ánimas y, por fin, otra vez el Castillo, cuando algo llamó mi atención. Tras sobrevolar con la mirada el campanario de San Pedro, rápidamente y de forma involuntaria, volví la cabeza hacia atrás para fijarla en una minúscula escena situada en “Los Cuatro Vientos”. En uno de los amplios bancos de piedra que se asoman al río, dos figuritas que estaban sentadas espalda con espalda, apoyadas la una en la otra, con los brazos recogidos sobre las piernas flexionadas, asistían inmóviles al siempre maravilloso y melancólico final de otro día.
La escasa luz ambiente no sólo no impedía observar con nitidez la escena sino que, más bien al contrario, reducida ésta a dos limpias siluetas, hacía más reconocibles a sus protagonistas a pesar de la distancia. Para no quedarme con la duda, entré en casa, busqué unos prismáticos y con una sonrisa cómplice confirmé, que se trataba de Florentino y su compañera Mila. Así permanecieron largo rato. Me preguntaba, intrigado, qué pensamientos tendrían tan ensimismados a mis amigos. Mila tenía problemas de salud y a Florentino tampoco le faltaba -como a cualquier hijo de vecino- algún que otro achaque. Pero, lo que no podía imaginarme, es que aquélla sería la última vez que lo veía –por así decirlo- a cielo abierto, en su ambiente natural.
Pasó algún tiempo y, cuando me llegó la noticia de su hospitalización, lo primero que sentí fue una desorientación absoluta. No es que haya personas a quienes un decorado hospitalario les quede mejor que a otras pero, la verdad, si había alguien a quien nunca se me habría ocurrido asociar con enfermedad, postración, hospital o residencia de ancianos, ese era Florentino.
Ciertas filosofías orientales creen que la vida en el universo es solo una. Todos los seres vivos tienen su parte alícuota de esa vida común, insecto o felino, pez o rumiante, pájaro o ser humano. Por lo tanto, cuando cualquiera de ellos muere, toda la vida del mundo se resiente. Si así es, la parte que Florentino tenía en ese fondo vital común, debía ser enorme. Ello explicaría el vacio inmenso que dejó con su muerte, directamente proporcional a las ganas de vivir que siempre tuvo y a su capacidad de contagiar esa vitalidad a los demás.
Conocí a Florentino hace ya un buen montón de años, una tarde de invierno de mediados de 1974 o, quizás, 1975, no lo recuerdo con exactitud. Entre el grupo de adolescentes que compartíamos aventuras y correrías, había varios que conocían bien el enigmático mundo de la fotografía y el laboratorio. Y, aunque “El Fofi”, “El Patín” o Chus “EL Barbas” eran consumados fotógrafos, el hecho que a posteriori resultaría para mí determinante tuvo lugar de la mano de otro de mis amigos, que nada tenía que ver con la fotografía. En esa precisa tarde a la que hacía referencia, a mi amigo “El Tutu” se le ocurrió que podíamos ir al local de la Sociedad Fotográfica Alto Duero. Algo habíamos oído de aquel grupo que nos resultaba atractivo, de modo que nos presentamos en la castiza sede que esta asociación tenía en el Collado, nos inscribimos como socios y allí empezó todo. Mi amigo Juan Cruz -que ese precioso nombre tenía “El Tutu”- no volvió a aparecer por allí pero…. lo que son las cosas, yo jamás dejaría ya ese mundo y mi vida, desde entonces, ha estado siempre ligada a la fotografía y también a Florentino. ¡Qué gran idea tuviste, amigo del alma! Quién sabe a qué me estaría dedicando yo ahora si aquella tarde, en vez de a la Sociedad Fotográfica, hubiéramos ido a jugar a las cartas, por ejemplo.
En aquel pequeño y destartalado piso, oscuro pero acogedor, se respiraba un ambiente francamente peculiar. Tan familiar, que el mueble principal de aquellas instalaciones era una gran mesa camilla con sus faldas y su brasero. En torno a ella, se hojeaban revistas, se manipulaban cámaras y objetivos, se hacían tertulias y cursillos y se organizaban excursiones. Un recibidor y el laboratorio constituían el resto de las estancias. Por allí pasaba un buen número de gente estupenda y, entre ellos, destacaba un grupito que eran los habituales, el núcleo principal. Lo componían dos matrimonios entrañables y pintorescos: Miren y Manolo, Pilar y Florentino. A menudo acompañados por Angelita, la casera, una anciana venerable que por Semana Santa siempre llevaba torrijas y limonada.
A cualquiera que pasase por allí, le bastaban unos instantes para ver el papel que cada uno jugaba en aquel grupo. Manolo Caloto, era el fotógrafo con mayúsculas, a él se le hacían todas las consultas, eterno presidente, institucional, ceremonioso diplomático, tan amable como cascarrabias. Siempre preocupado por la técnica y los concursos fotográficos. Miren, su mujer, choferesa intrépida, esforzada ayudante absolutamente para todo, jovial y siempre dispuesta. Pilar, la mujer de Florentino, seria pero con gran ironía y sentido del humor, encantadoramente chapada a la antigua, no se perdía jamás aquellas maravillosas excursiones bien pertrechada con sus chirucas sus calcetines vueltos y su pentax spotmatic. Y, por fin, Florentino. A Florentino solo le faltaba un tiragomas en el bolsillo de atrás del pantalón. Su vitalidad arrollaba desde el primer momento, pillo, galán, juerguista, intuitivo, disfrutador de todos y de todo, fotógrafo colorista, sibarita, campero… agitador, idealista, sensible…. Su lugar estaba siempre al lado de los más jóvenes. En aquellas memorables excursiones de bota y autobús, él comenzaba el trayecto, más o menos formal, con Manolo, Pilar, Miren y los demás “mayores” pero, lo cierto es que sin haber salido aún de Soria, y -mira que Soria es pequeña-, ya andaba montando auténticas escandaleras en el asiento de atrás con los chavales. Así solía comenzar el viaje, con juerga y haciendo rabiar a Manolo. No dejaría en todo el día de practicar ninguna de las dos cosas.
Hacer hoy un recorrido por todo lo que durante tantos años compartimos, sería un ejercicio pesadísimo porque lo compartimos casi todo. La fotografía como excusa primera claro pero, además, tantas otras cosas … el campo, la música, la montaña, el arte, el teatro, en fin … qué se yo…. y , por supuesto, inolvidables veladas de vinos y risas. La cantidad de anécdotas, sucedidos, chascarrillos, historias divertidas, ridículas a veces, comprometidas otras, situaciones de todo tipo que podría relatar de Florentino, eclipsarían al mismísimo Petronio y a su “Satiricón”. No es este el momento de contarlos, pero si puedo decir que todos y cada uno de esos innumerables episodios acabaron siempre con su inconfundible, escandalosa y contagiosa carcajada.
Sus amigos, -que eran innumerables-, lo conocían por diversos nombres Tinín, Tino, Floro, Florentino, Tinico, Tinín el Bueno,… Una vez oí llamarle don Tinín y claro, acto seguido, soltó una de aquellas inconfundibles carcajadas. El caso es que a mi me gustaba llamarle Florentino y, sobre todo, “Maestro”. Francamente, creo que se sentía a gusto con aquel apelativo. Era mi forma de darle las gracias cada vez que nos veíamos, pero sin necesidad de hacerlo explícitamente. El sabía que era de corazón y ahora me alegra recordar que cada vez que lo saludaba así, era consciente de mi agradecimiento y respeto por muchas razones. A fin de cuentas, pocas palabras tan bonitas, al menos para mí: “Maestro”. Y se lo llamaba sencillamente porque lo era, con toda naturalidad: maestro de fotos y de vida, de actitudes, de gestos, de todo, maestro de cosas.
Dos folios me han dicho… como tope, y esto es solo el preámbulo. Apenas he hablado nada de “fotografía y Florentino” (tal vez se esperaba eso de mí) pero es lo de menos. La fotografía ha servido como escusa y como escusa ha hecho un estupendo papel y, sobre todo, la fotografía me presentó a Florentino. Ya solo por eso merece la pena haberse hecho fotógrafo. Gracias amigo “Tutu”, gracias Florentino.
EL OJO CRÍTICO
Julián de la Llana
Normalmente, conocemos de las personas lo que hacen. Resulta más difícil saber quiénes son en realidad, qué hay detrás de lo que vemos exteriormente, qué sienten y piensan en su mundo interior. En el fondo, todos los seres humanos somos un enigma.
Florentino García Moreno era un hombre inquieto, apasionado, a veces un tanto radical. Observador agudo, siempre atento a lo que ocurría a su alrededor. Preocupado y ocupado por los problemas de la sociedad en que vivía (que le ocasionaron más de un conflicto). Le interesaba todo (o casi), porque le interesaba la gente. Le gustaba la vida y le gustaba vivir.
Ese espíritu libre que poseía le impulsaba a dar un paso más en todo e intentar averiguar qué hay detrás de esto o aquello e, incluso, asomarse a las grandes cuestiones universales. Espíritu que igualmente le hacía mostrarse rebelde e inconformista con lo que no le gustaba, especialmente con lo que consideraba injusticias sociales.
Extrovertido para unas cosas, se mostraba reservado y pudoroso para otras. Cuidaba su imagen. Contradictorio en ocasiones, su conducta jamás le impidió mantener una línea firme seguida en la misma dirección a lo largo de su trayectoria vital. No cambió nunca. Fue él mismo en todo momento.
Generoso, amable, conversador y abierto a los demás, siempre amigo de sus amigos.
No sé si quienes nos relacionamos con él llegamos a conocerlo a fondo o su personalidad sigue siendo un enigma, pero de lo que no cabe duda es de que se trataba de una buena persona: “Tinín el Bueno”.
Poseía múltiples aficiones: La Naturaleza, el Arte, el Teatro, la Música, el Cine y… la Fotografía. Pertenecía a diversas asociaciones de tipo cultural y de medioambiente en las que participaba activamente. No se perdía una representación teatral, ni un concierto, ni una película. Desde sus inicios se hizo socio del Cine-Club Uned y de la Asociación de Amigos del Museo Numantino, entre otras entidades, y fue miembro fundador de la Sociedad Fotográfica Alto Duero, según tengo entendido.
Disfrutaba de todo y todo lo vivía con pasión; sin embargo, su mirada en torno a las diversas artes no era de simple admiración. Observaba exposiciones, escuchaba conciertos, contemplaba obras de teatro o veía películas desde una perspectiva analítica. Logró un “ojo crític” muy desarrollado y sensible. Cuando una obra, un cuadro, algo no le gustaba, no se callaba. Lo decía sin tapujos. En más de una ocasión le he visto levantarse y marcharse de una sala de cine o en medio de una representación teatral.
Conocí a Tino siendo yo muy pequeño, cuando desde mi balcón de la calle de las Fuentes número 1, junto a la plaza Mayor, le veía salir de la Imprenta Morales, situada en el número 3 de esa calle, donde trabajaba. Los chicos del barrio entrábamos allí a pedir papeles para hacernos libretas de notas o cadenetas con las que adornar las verbenas infantiles.
Luego le perdí la pista durante unos años, mientras pasó a trabajar a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y al Banco de España, en Madrid y Bilbao.
A su regreso a Soria -ya más mayores ambos-, volvimos a contactar casualmente a través de nuestras aficiones similares por el cine, el teatro y la música y, también, por ser miembros de las asociaciones a las que los dos pertenecíamos. Coincidimos en numerosas excursiones y viajes de la Asociación de Amigos del Museo Numantino, a cuya Junta Directiva estuvo ligado en varias etapas. Lo mismo sucedía en las sesiones del Cine-Club de la Uned o en conferencias, conciertos y obras de teatro. A veces, a la salida, comentábamos lo que nos había parecido tal o cual actuación, y, sólo en ocasiones, mientras tomábamos una caña o un vino, porque Florentino no era muy dado a los bares y criticaba a esa juventud que se pasaba la vida en esos establecimientos, como él decía, “haciendo la cigüeña”; es decir, apoyándose en la pared y con una sola pierna en el suelo. Las diferencias de opinión en ciertos temas, no sólo no impedían nuestra amistad, sino que se puede decir que la afianzaban.
Durante la visita que hice a una amiga en Rusia, me acompañó en el viaje. Lo pasó estupendamente. Hizo amigos e infinidad de fotografías, bastantes “robadas”. No le interesaban tanto los maravillosos monumentos de San Petersburgo y de Moscú como las propias personas a las que prefería retratar. En el metro, tampoco tuvo inconveniente de animar a las gentes que iban o regresaban del trabajo, incluso cantando temas españoles, que los rusos coreaban. Así era Tino.
Se sobrepuso a una grave enfermedad, pero tuvo que rendirse a otra, aunque luchando hasta el último momento. La víspera del suceso nos vimos a la salida de los Cines Lara. Era una tarde-noche de domingo. Le invité a un café, pero prefirió regresar de inmediato a su casa. Fue la última vez que hablé con él. Después, con otros amigos, le visité de cuando en cuando en el hospital o en la residencia de Morón de Almazán. Seguimos comunicándonos, ahora con gestos y miradas…
Florentino, no te fuiste y nos dejaste del todo. Nos queda tu recuerdo y el de tu amistad, tu “ojo crítico”, tu mirada a través del objetivo de la cámara y… tus fotografías. Y tu enigma…
PASEOS CON FLORENTINO
Cesar Millán
No recuerdo cuándo conocí a Florentino. Ni si fue entre libros, charlas, exposiciones o paseando por las calles de Soria. Lo que sí recuerdo son nuestras primeras conversaciones en las que todo era complicidad y parecía nos conociésemos de toda la vida.
Con esa palmadita tan suya en el hombro, de otro me hubiese molestado, siempre iniciaba una conversación en la que nos acercaba por igual al pasado, el presente y el futuro de Soria. Logró que recuperara en mi memoria escenas y personajes que en mi infancia había escuchado de mi familia, casi sin darme cuenta descubría lo que había sido la ciudad y sus habitantes, los leves cambios que apenas sí se perciben. Pero también me ayudó a conocer, y reconocer, el presente, quienes se movían en el silencio de las calles principales y quienes lo hacían en los extrarradios.
Y es que Florentino tenía el don de decir mucho con pocas palabras, de lograr que los tonos grises y ocres de esta provincia se llenasen de colores vivos y alegres. Él sabía como nadie, viajero y montañero infatigable, la naturaleza que esconde nuestra provincia, los rincones vistos pero no vividos, el corazón que atesoran las personas y no siempre muestran. Y lograba, además, que los que compartíamos con él unos minutos lo descubriéramos, que la vida era algo más que nuestro círculo más cercano.
Era lector, gran lector, y sin embargo pocas veces hablábamos de libros, si acaso de escritores, su conversación -la de ambos, pues sabía escuchar como pocos- siempre marchaba por otros derroteros. Música, fotografía, naturaleza y un sinfín de temas más eran de inmediato motivo de conversación animada, con su gracejo habitual parecía no querer decir nada y tras su marcha uno se acercaba a ver una exposición y, sin proponérselo, se ponía a hablar con el artista; o simplemente buscaba entre los discos esa composición que el bueno de Florentino había mencionado.
Esa naturalidad, esa simpatía y toda su forma de ser lograba que un simple paseo se convirtiese en una clase de vida, pues las confidencias y las anécdotas eran capaces de arrastrarte a una realidad de la que no eras consciente por edad y que, si alguien hubiese querido enseñar de otra manera no lo habría conseguido. Pero Florentino era de otra pasta, se había hecho a si mismo y ayudaba a que los demás hiciésemos lo mismo, sin necesidad de enseñar camino alguno, lo único que pretendía era señalar direcciones, experiencias y caminos que otros había recorrido antes.
Aunque a fe de ser sincero pienso, tras los años transcurridos, que Florentino más que abrir o señalar sendas, lo que tendía eran puentes, puentes que permitían no variar rumbos, sino encontrar a otros caminantes. Cuántas veces hablaba de los demás, de los méritos que tenían, de lo que estaban haciendo. Gracias a él muchos nos conocimos y mezclamos ambientes dentro de la cultura de esta ciudad. Era capaz de explicarte no quien era la persona que exponía en la sala, sino su trayectoria artística, desde sus inicios hasta el entonces presente. Seguía a todos como si nada, almacenando todo en su mente autodidacta, invitándonos a los ajenos a penetrar en mundos que hasta ahora nos daban demasiado respeto.
Más no todo quedaba ahí, en mostrar ese pasado e indicar como era el presente, tenía una capacidad preclara para hablar, con su sencillez habitual, del futuro. Él fue uno de los primeros que se percató de la cantidad de fotógrafos en esta ciudad, de acercar a las viejas glorias, a los maestros, a aquellos que se iniciaban con sus cámaras. Sin olvidar esas continuas invitaciones a los demás a que nos acercáramos para ver el arte que todo ellos tenían entre sus manos.
Florentino fue capaz, sin alardes, de hablar con todos, de trasladar su simpatía, su bonhomía, a unos ámbitos que parecían cerrados y complejos, enseñarnos con la cátedra que le había dado la vida, y logrando que los espacios vacíos de esta ciudad de provincias sintiese, en muchas ocasiones, que poco había que envidiar a escenarios mucho más reconocidos.
Con Florentino Soria dejó de ser, única y exclusivamente, la Soria de los Poetas para pasar a ser la de los Fotógrafos, los escritores, los pintores y otros muchos artistas más. Pero también logró crear, o ayudar a crear, la Soria de los paseantes, los conversadores, de los amantes del medio rural, de la música y de la gente.
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